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Al cobarde que me hizo valiente.

Al que me besaba las heridas que más tarde volvería a abrir, el más puro caos que daba algo de orden a la rutina, el hoy no pero mañana tampoco que me hizo querer luchar, el atisbo de esperanza que se evaporaba cada amanecer. El de los domingos de melancolía que precedían los lunes de tormenta, los amaneceres que se adelantaban demasiado, las cosquillas que aflojaban corazas que volvían a forjarse en cada adiós, los puntos suspensivos que no tenían cojones a convertirse en finales. El corazón que se abría para tornarse hermético en cada remordimiento, la sinrazón más coherente de las últimas décadas, las acciones que desmontaban cada una de las palabras, el no puedo contigo porque no puedo sin ti. El miedo irracional a la felicidad más pura que jamás podrá existir, el orgullo dañado que no quería resurgir de las cenizas, la adicción al no creer poder merecer, el masoquista del pasado que se negaba a saborear al presente. Al que me enseñó que querer no siempre es pod

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